jueves, 4 de septiembre de 2014

Las Moroaventuras sobre ruedas

Hace un par de semanas me enteré que las bicicletas no deben circular por camellones. Me hubiera gustado saberlo antes, cuando caminaba todos los días sobre Alfonso Reyes y tenía la sensación de que estaba invadiendo una ciclopista en La Condesa. Me parecía lógico pensarlo, los automóviles tienen el arroyo, los peatones tenemos la banqueta y los cletos podrían utilizar libremente el camellón (carajo, aún me parece lógico pensarlo). Además las estaciones de Ecobici están sobre ese camellón, es natural que uno sienta que invade algo que no le pertenece mientras camina cómodamente bajo los árboles en lugar de sortear banquetas rotas, raíces de árboles y entradas de vehículos de gente más importante que tú. Así de acomplejado es uno, perdón… (y perdón por pedir perdón).

El caso es que hace un par de semanas me enteré que las bicicletas no debemos circular por camellones y, respetuoso que es uno, desde ese día voy rodando por el arroyo en la carrera suicida contra el que trae coche y prisa. Porque soy peatón y metronauta, pero en las mañanas me convierto en cleto para atravesar Hipstertitlán (aka: La Condechi) con la magia de Ecobici. Uno pensaría que en esta zona los vehiculeros están más sensibilizados a compartir la vía con los inmamables ciclistas. A fin de cuentas, cuando la convivencia es continua termina imponiendo la norma.


Aun así esto me parece demasiado mame.

Hay unos que sí y otros que no, como siempre. Hoy por la mañana venía plácidamente pedaleando cuando a wild camión de la basura appears! en mi camino. El camión estaba estratégicamente posicionado para estorbar con toda la eficacia que le permitía la calle, su tamaño y su labor indispensable para la ciudad. Aprovechaba una entrada, el arroyo, los autos estacionados y sólo dejaba un espacio calculado para que pudieran pasar los coches sin tener que recibir mentadas de madre y claxonazos. Un genio moderno justo frente a mí. No tenía manera de sortearlo, comencé a bajar la velocidad y estaba dispuesto a hacer un alto total porque en el carril que tenía el paso libre venía un automóvil y hubiera sido estúpido e irresponsable de mi parte invadir su camino por pensar que ese hombre no merece la venia de una senda libre por venir sentado en esa máquina de la muerte mientras que yo, un prohombre consciente, ecológico, un ser elevado, un ente superior, debe detener su rodada y esperar.

Pasó algo que no esperaba, el conductor me cedió el paso. Neta era lo más humano, lo más lógico, lo más amable. La bicicleta aprovecha el impulso, la inercia, aprovecha el movimiento para mantener el movimiento y la fuerza depende de un par de piernas. El automóvil también, pero el esfuerzo del conductor es nulo, consiste en mover el tobillo. Se lo agradecí con un gesto y le eché galleta para poder pasar el camión y dejarle el paso libre. Lo mínimo que me correspondía. Seguí mi camino.



Más divertido que ver el osito en el carrito. (Foto: Picho).

Pasando Tamaulipas (donde está la gloriosa esquina donde se pone Cata con sus deliciosas tortas de chilaquiles… y la iglesia donde mis padres se casaron), Alfonso Reyes parece adelgazar un poco, siento que los carriles se hacen más estrechos y siempre hay una fila de autos estacionados que deja sólo un carril para circular. Entre los vehículos aparcados que no se moverán y los vehículos detenidos que esperan la luz del semáforo para moverse libremente queda el espacio suficiente para que una bici o una moto circulen sin broncas. Y ahí iba yo, circulando sin broncas, sin prisas. Aún pensaba en el sencillo acto de buempedismo anónimo que me acababa de beneficiar.

En eso un taxi da vuelta y se incorpora a Alfonso Reyes, pero sépase que el conductor no era uno de esos idiotas convencionales que siguen las reglas, ¡no! Este nuevo personaje era todo un artista de la revolución, de los que ya no hay. Considerando que era demasiado mainstream circular en la fila de vehículos de peso considerable, este artífice del volante decidió circular sobre el canalillo que se forma, así evitaba depender de la corriente para avanzar… un poco. Ya establecí que es pequeño el espacio, un auto no cabe bien esa parte, sí, avanzaba un poco y se frenaba pocos metros adelante ¿por qué? ¡Por que no cabe un puto coche! Pero el pinche aferrado no dejó el puto espacio, consideró que era más importante que él avanzara lentamente y joder a, digamos, un gordo ecobicicletero parándose cada 20 pinches putos metros. Uy, putamadre, no te vayan a ganar tu lugar en la fila derechito a la verga. Así avanzamos lentamente durante un buen rato porque el cabrón no dejaba espacio alguno para poder escabullirme.

A punto de llegar a Mazatlán pude hallar un espacio para ratonearle y poder rebasar al caballero. Me escurría entre él taxi y otro vehículo cuando descubrí que el tipo tenía la ventana abierta, al pasar a su lado proferí con melodiosa voz un sencillo “Ah, como estorbas, cabrón” y seguí mi camino. Nunca lo hubiera hecho. Sospecho que algo no funcionaba bien con sus oídos y que donde yo dije que estorbaba él entendió que su madre era tan pendeja que lo cagó en lugar de haberlo parido. Primero el cabrón me tailgateó lo que pudo de Mazatlán a Pachuca. Llegado a este punto ya no pudo porque había más autos, pero me mentó sonoramente la madre con el claxon. Para cruzar Patriotismo se hace un entramado chingón porque la mayoría de los vehiculeros piensan que podrán pasar y entorpecen chulísimo el tránsito. Yo pude pasar, él se quedó del otro lado.

Continué mi ruta, atravesé Patriotismo, Circuito Interior, Pedro Antonio de los Santos y entré a la San Miguel por José María Tornel donde hay un carril, ahora sí, exclusivo para bicicletas. En eso *pausa dramática, cambia la luz, todo oscurece, la música genera tensión en el ambiente* se me empareja el pinche taxista e intenta invadir el carril, unos topes como los del Metrobús se lo impidieron. Pero ahí iba el muy orondo. Aprovechó la ausencia de topes en la entrada de una casa para cerrarse frente a mí y yo lo esquivé sencillamente sin dejar de pintarle dedo al pasar frente a él. Se arranca de nuevo y que sigue gritándome mamadas, emparejándose, siguiéndome. Di vuelta en Protasio Tagle y esperé que el tipo diera por terminada su cacería y se siguiera de largo (yeah, sure!), el cabronazo me seguía y mentaba madres, exigía que me detuviera. Yo me seguí de largo. Al llegar a la esquina con General León le hice creer que seguía derecho y viré en el último minuto. ¡Pos se detuvo, se acomodó y giró detrás de mí! En esa cuadra está la estación donde dejo la bici todos los días, pero sabía que no era inteligente bajarme ahí. Me seguí. El tipo me aventaba la nave y yo me tuve que subir unos metros a la banqueta para escabullirme. Yo la tenía fácil, volvía a Pedro Antonio de los Santos, que es una avenida amplia y con cierto tránsito, bastaba girar a la izquierda y meterme en sentido contrario para que el imbécil se rindiera. ¡Pues el muy cafre se metió también en sentido contrario todo por apañarme! Jamás me había sentido tan importante para alguien. Ahí se me emparejó y como quedaba de su lado me alcanzó a agarrar la chamarra. Yo le di un chingadazo con la mano y debe haberle dolido porque a mí me quedó punzando y él me soltó. En Gómez Pedraza giré de nuevo a la izquierda para meterme a la colonia mientras pensaba qué carajos hacer. Tomar ruta a mi trabajo era una estupidez porque vería mi destino y yo debía dejar la bicicleta, no podía quedármela. Giré de nuevo a la izquierda en Protasio Tagle, pasando frente a él de nuevo y de nuevo pintándole dedo. Esta vez tenía la ventaja de que me metía en sentido contrario y también es una calle con cierto flujo vehicular. ¡Pues se volvió a meter en contrasentido! Pero se la peló porque había una larga fila de coches que le impidieron el paso. Un camionero estacionado cerca me preguntó por qué me seguía, supongo que nos había visto desde antes. "No sé, pinche loco” alcancé a gritar. En General León giré a la derecha, de nuevo en contraflujo, era lo más seguro para mí. Volver a la estación de siempre lo consideré insensato por la cercanía. Crucé General Cano, di vuelta a la derecha en Tiburcio Montiel, de nuevo en Gómez Pedraza y dejé la bici en la estación de ahí ligeramente cagado de miedo y lleno de adrenalina. Mirando con recelo cada puto taxi cerca de ahí. No estaba. No estuvo. Será que en algún momento se rindió o quizá estuvo un rato rondando la colonia. No sé. Pinche loco. Qué falta de respeto, qué atropello a la razón.


La línea azul marca mi trayecto desde que el taxista venía estorbando.

Somos unos salvajes de mierda. Quisiera tener otra pinche reflexión, pero no. Somos unos salvajes de mierda que se creen superiores al resto de la salvajada.

3 comentarios:

Nyx dijo...

Mañana ve por otro lado.. Por favor!

TORK dijo...

¡El oso en el carrito! Jaaaaaaaaaa.

Anónimo dijo...

Jajjaja me encantó como te ves en bici